CUENTOS KAWSAY

              C U E N T O S   D E L   C Í R C U L O   K A W S A Y



La vida ocurre en el tiempo mágico de los magos… no en el irreverente de los humanos.

 

Habían vagado por estepas heladas después de aquel destierro. Corazones heridos, miradas mutiladas, proscripción, exilio, y un aliento que apenas alcanzaba para atravesar aquel bosque sombrío lleno de certidumbres.

Todas sabían que jamás podrían volver a su aldea. Parecían hilos sueltos de una historia que estaba por comenzar.

El tiempo sería el aliado de aquel grupo de magas-hechiceras, que habían cometido el terrible error de pronosticar el fin de la vida siniestra del líder de su comunidad, no por deseos premonitorios, sino por equilibrio Divino.

Y finalmente el bosque se solidarizó con tanta magia y dejó entrar la luz firme de una primavera que se iniciaba.

Prashka caminaba por delante del  grupo como intuyendo el sendero hacia una nueva vida. Allí estaba. Aquel paraje envuelto en nubes que se elevaban a medida que ellas se acercaban. Las primeras casas, olían al verde fresco de sus techos y el humo de madera de abeto invitaba a un tibio descanso. Algunos hombres y pocas mujeres las vieron llegar con sorpresa, pero fue Niels el que vio el collar de ámbar que Prashka traía en su cuello, y al adelantarse unos pasos hacia ella, distinguió que tenía el alma de una de las tejedoras de la vida y de la muerte, y se hincó ante ella.

Desde aquel día todas fueron acogidas y respetadas en aquella tierra; Prashka bendijo decenas de veces la partida de Niels y los hombres hacia la batalla, pero aquel atardecer de cielos rojos, supo que aquello que protegería al grupo en bendecidos días venideros, cortaría los hilos de su propia existencia y cualquier posibilidad de expresar en algún momento su amor nunca confesado. Niels era de una casta diferente, era de los humanos, aunque fuera de los humanos que habían defendido la convivencia de magos y seres invisibles en aquel mundo iniciático.

Lo vio alejarse sintiendo como el aliento se le desprendía del pecho y un nudo atravesó su corazón, enredándolo en un ahogo fulminante.

La maga tejedora terminó de ovillar su hilo y un extremo quedó flotando entre las nubes que aquel día volvieron a cubrir el pueblo. Los humanos creían que habían aprendido a medir el tiempo y solo era la excusa perfecta para separarse de todo lo que no comprendían. Prashka, la maga, lo dejó irse, sabiendo que no volvería a verlo por mucho tiempo… sabiendo que eso, era algo inmedible… en todo caso impredecible, hasta que sus miradas volvieran a cruzarse en dos rostros que tal vez se parecieran a los suyos.

Cuentan en el mundo Maki que al nacer un niño, le entregan un ovillo de lana, un ovillo de vida, un “KAWSAY”.

Dicen que este “KAWSAY” es la conciencia de la vida en esta tierra, a medida que él o ella vivan, aquel ovillo se irá consumiendo; entienden también que en el desovillar el KAWSAY se irán encontrando con doce personajes, que será esencial que conozcan, y si al cruzarlos en su vida no repararan en ese encuentro, más adelante podría volver a ocurrir.

Sin embargo el hilo de aquel ovillo, tiene un final que llegará irremediablemente un día.

Esta sabia costumbre aún se vive con respeto y alegría en el mundo Maki, y todo niño, joven, adulto y anciano, vive con sabiduría el desandar de su ovillo. En pleno estado de conciencia, viven sus vidas como si fueran poesía y cuento, sabiendo que los doce personajes aparecerán un día, una noche, un instante o media vida.

Nadie usa esos hilos para atarse a nadie, todos reconocen en su KAWSAY, la metáfora de la vida, que viven con el conocimiento exacto de su último suspiro y sin embargo, esto les produce un mágico resplandor en el acontecer del tiempo… a punto tal que en el final de sus existencias terrestres, brillan como faros, para ayudar a los más jóvenes a ver con mayor facilidad el camino y su encuentro con los doce personajes.


El Universo Maki, un pueblo enseñando el amor.

 

 

CRÓNICA DE LO SUCEDIDO

(Jujuy, 17 de septiembre de 2008)

El auto se puso en movimiento, salíamos de la población de Cieneguillas en la Puna argentina, hacia la Laguna de Pozuelos, algo más al sur en la provincia de Jujuy. Me dieron coca para mascar, así soportaba el “mal de altura”… tal vez por eso o por los cinco días que llevaba por aquellas latitudes, me pareció que los colores tomaban otra intensidad, las palabras de mis compañeros sonaban mudas, como los cóndores, por lo que decidí cerrar los ojos y escuchar a mi corazón. Él siempre me decía la verdad.




(Las tierras altas, luna nueva de invierno - La bruja Sisa)

En las tierras de dónde vengo, las historias se cuentan con pocas palabras y mucho silencio, se respeta la ley del viento… el que trae respuestas y voces nuevas; el que hace hablar a las piedras y al agua. Para eso hay que estar dispuesto, atento y a la vez manso, para aceptar la verdad de los otros.

Un rayo de luz atravesó el cielo, y fue creciendo, haciéndose grande de regocijo; siguió su rumbo hasta chocar con otro, y estallar en un amanecer dorado. Ese rayo se convirtió en algo tibio y la tierra se llenó de calor, brillo e incandescencia.

Se supo que un día en aquel lugar nacieron flamencos y flores y nubes y lagunas.  Más tarde, mariposas, vicuñas, gusanos y peces.  Luego hubo un momento en que  a los peces le salieron alas rosadas y picos largos y negros para poder comer del cielo, y a los gusanos patas para correr por las praderas… y a algunas mariposas les vibró el pecho, se les abrió una boca redonda y un fuego les brotó sin quererlo.

Así cuentan que comenzó el Universo Maki, la nación de un pueblo que vino a recordarnos cómo era la magia y qué debemos hacer para recordar que somos magos.

Pero lo fundamental de aquella tierra, lo que haría que la magia tuviera sentido fue el árbol de los magos, y pocos saben que ese árbol nació de la inmensa generosidad de una bruja llamada Sisa.

Sisa podía tener infinidad de defectos y oscuridades, pero se sabía sobre la generosidad y el amor que la habitaban, ella había recibido de su madre una varita mágica hecha de las últimas maderas del manzano dorado que solía poblar la Cordillera; ella representaba en su vida, toda su fortuna. Así y todo, una noche sus sueños le susurraron que pronto tropezaría con una pequeña semilla que aunque ya descansaba en la tierra no podía crecer porque necesitaba el aliento único de una bruja; los sueños le advirtieron que intervenir en el crecimiento de esa semilla podía significar el inicio de un nuevo mundo y tal vez el final de su magia.

Al despertar al día siguiente, tuvo imágenes del sueño pero no lo recordaba, por lo que se acomodó la falda, se tejió una corona de manzanillas y tomó su varita de manzano para iniciar la jornada. Después de medio día de camino, se cruzó con la semilla soñada, y no lo dudó, para crecer firme y majestuosa hacia el cielo, necesitaba un tutor, una guía en quién apoyarse para desarrollarse en toda su plenitud. Sisa enterró levemente su varita junto a la semilla y sopló sobre ella el aliento de vida… dicen que antes de alejarse, una lágrima dulce, como lo son las lágrimas de las brujas, se escapó de su mirada y cayó sobre lo que ya estaba intentando ser EL ÁRBOL DE LOS MAGOS.

Para los que conocemos el mundo Maki, sabemos que nada de su magia podría haberse gestado sin aquel árbol, que nació de una lágrima y el amor generoso, de la primera de las brujas nacida de las entrañas de los Andes.

 








(Comunidad Maki, equinoccio de primavera, las últimas nieves – La bruja, el caballero y la ley)

Hubo días tibios y apacibles, en los que las últimas nieves dejaban paso a ríos caudalosos y vehementes, que a veces costaba atravesar. Sisa, la bruja, amaba esos días para salir a buscar hierbas recién nacidas en las bases de los cerros, ella decía que brillaban con una intensidad diferente, y eso le permitía encontrarlas con facilidad.

Volvía con su morral lleno de sabiduría de una de sus excursiones mágicas y encontró a Chuyma, el caballero, sentado al borde del camino. Lo notó con su entrecejo ceñido y respiró profundo antes de mirarlo a los ojos; sin embargo fue su sombra proyectada sobre él, la que llamó la atención de Chuyma.

Se saludaron cortésmente, como solían hacerlo, ya que respetaban sus mutuos andares y comenzaron una extensa charla que promedió en la noche más cerrada y concluyó en un amanecer apacible, donde ambos eligieron seguir sus respectivos caminos.

Chuyma contó que había descubierto que pocos por aquellas tierras cumplían la ley, que lo que estaba escrito por los hombres de antes debía ser cumplido y que no entendía cómo no había más caballeros como él que ofrecieran su vida para que esas escrituras se cumplieran.

Sisa escuchó la extensa diatriba del hombre, mientras ofrecía una sonrisa suave y su mano jugueteaba dentro del morral en el que traía miles de tolerantes semillas de amaranto. Cuando sintió que aquel discurso había terminado y que todas las “razones” habían concluido, invitó a Chuyma a considerar que esas palabras de las que él hablaba eran más “llulla simi”, palabras engañosas, que verdades. Explicó también que la verdadera ley la escribe el viento, la pronuncia la lluvia y se construye sobre la “wanunchasqa” o la tierra bien abonada.

No fue sencillo el debate, que se vio regado de suspiros que contenían argumentos, resoplidos de incomprensión y gestos de sorpresa. Sin embargo, al iniciar el día, al continuar sus caminos, ambos supieron que tenían algo nuevo: Chuyma la posibilidad de creer en leyes nuevas, y Sisa la certeza de comprobar una vez más que el amaranto le había hablado en la caricia que recibieron sus manos, llevando tolerancia a su corazón.

Chuyma y Sisa se encontraron muchas veces, y siempre se alejaron uno de otro con una sonrisa comprensiva en sus labios…

 








(Comunidad Maki, luna menguante de primavera - La princesa Illa)

En el reino de las makis, en las tierras altas de la Cordillera,  el ARBOL DE LOS MAGOS se hizo adulto.  Dicen los que lo vieron, que todos los días brotaba uno como flores de primavera; hasta que una noche, por fin, del mismo árbol brotó la primera estrella que subió directo a lo alto, a lo negro del firmamento.

Esa fue la primera noche de los tiempos, hubo fiesta, música y baile, y la princesa Illa, la que trae ventura, digna de confianza, se acercó al jardín con su vestido de bailar, sus zapatos de huayno, su corona de imaginar, y su sonrisa de vivir... y en su cuello, el talismán de las palabras brillaba como nunca lo había hecho antes.

Cuando se acercó al bailadero, los magos y las magas que recién habían brotado, formaron una rueda a su alrededor. Muy silenciosa y sigilosa llegó por los bajos de esa primera noche una visitante que no había sido invitada: la serpiente, guardiana de todos los secretos del Universo.
En la entrada del jardín, dos cuidadores makis, APUMAYTA el noble señor bondadoso, y ARUWIRI el poeta y compositor de canciones, la dejaron pasar; ya que entendieron que no había problemas porque ninguno de los invitados presentes estaría guardando un secreto.
Sin perderle pisada o arrastrada, le sugirieron que no se acercara al árbol de los magos, cosa que la serpiente con un largo bostezo dio por entendido que no haría.

Mientras se deslizaba entre los invitados para pasar desapercibida, sintió algo apetitoso, "alguien" entre los danzantes, tenía un GRAN secreto; y no tardó en descubrirlo. Su largo cuerpo tornasolado, fue hasta los pies mismos de lo oculto, y mirando desde "los abajos", increíble perspectiva para muchos descubrimientos, vio que bajo la falda de esa invitada, asomaba una cola de sirena.  Siempre había sabido la serpiente, que la realeza era la que guardaba los más jugosos secretos, por lo que no tardó en llegar a los oídos de Illa y proponerle un "trato conveniente", ella sería capaz de quitarle su cola de sirena para siempre y devolverle sus piernas humanas a cambio de su talismán de las palabras.

Illa que tanto amaba bailar, miró con infinita compasión a la serpiente y agradeciendo "la propuesta", le explicó que hacía mucho tiempo había aprendido a sumergirse en las aguas más profundas y que aquello, no era tan malo como parecía...


 






 (Comunidad Maki, luna creciente de primavera - El talismán “rumi kachichay”)

La princesa Illa llevaba siempre en su cuello el talismán de las palabras. Muchos veían este talismán como un amuleto que le otorgaba el brillo que emanaba de su mirada, pero ella sabía muy bien cuál era el propósito de estar juntos en esta vida.

El RUMI KACHICHAY, que así había sido bautizado por ser un talismán de cristal, era el poseedor de los infinitos lenguajes que existían en todas las tierras conocidas y no. Sólo Illa podía hacer que funcionara, porque ella había nacido para saber escuchar, había sido bendecida desde su nacimiento con el don de la escucha fiel, y aquel talismán le permitía responder con sabiduría cuando fuera necesario.

El Rumi Kachichay era el anhelo que tenía Amaru, la serpiente. Su ambición sin límites la había llevado a soñar noches y noches con que su colección de secretos aumentara, al poder decodificar otras lenguas; pero aquello no era sólo un decodificador, era la magia perfecta entre Illa y su alma, parecía solo funcionar en su cuello, sin embargo fue Amautta el sabio, quién reconoció que el Rumi Kachichay tenía vida por sí mismo.

El día que Illa retomara su vida de luz, llegaría un ser que podría cuidarlo, un ser que sin tener los dones de la princesa, utilizaría su gracia, su alegría y todo su talento para tomar las palabras que en él habitaban y transformarlas en los más bellos cuentos del mundo. Un cuentacuentos mágico que contaría con sus ojos, con sus manos, con su fe… y sobre todo con la creencia de que todos los cuentos son la mejor medicina para el alma humana.

 

(Y el talismán se perdió en el bosque…)

El talismán muchas veces intentó explicar a los humanos el sentido del tiempo, y fue él árbol, el primero que lo entendió.

Explicó cómo animarse a fijar la vista en el cielo a esa hora exacta en que el sol recién se ha ocultado, y en un lapso breve e inmedible, la luz y el color cambian desde el celeste suave al lila, al rosado, al naranja… a las estrellas en toda su magnitud.

Cada vez que cambiaba de manos, añorando volver a encontrar a Illa la princesa, volvía a la explicación del cielo, la luz y el color, pero no encontraba alguien con quién poder compartir el sentido de este relato, por eso cuando Sacha el árbol, extendió sus ramas en señal de gratitud por el regalo, el talismán se apoyó en un mullido colchón de hojas que lo rodeaba y allí se durmió.

Dicen los que saben del milagro de la flor, que en ese instante comenzó la división de lo normal  y lo diferente, de lo esperado y lo inesperado, de lo bueno y de lo malo, de hoy y mañana. Podríamos pasar largo tiempo intentando comprenderlo, sin embargo es de inocentes y humildes entender que el tiempo es el amor y que jamás ha estado dividido, sino muy por el contrario, integrado. Por eso desde aquellos días, cuando alguien pregunta si fue ayer o será mañana, somos muchos los que contestamos… ES AMOR.

Es tiempo de crecer en este entendimiento; decía el viejo LIBRO DE LAS PIEDRAS: …“Los contornos son apreciables cuando al ser adulto aún permaneces en la infancia de la evolución, pero cuando creces, y te vuelves niño, como todos fuimos… ahí ocurre lo más simple y maravilloso, allí por fin podrás ver el TODO con los ojos bien cerrados” ORM.

Eso es el tiempo, el amor, y como buen niño, el TALISMÁN, siempre lo entendió.

 








(Comunidad Maki, luna nueva, tiempo del Pitakuy - Machay y las hilanderas)

La comunidad maki nació tan perfecta que cada ser es el entorno y el entorno son ellos. Como no aspirar entonces a tener la piel más suave que podría encontrarse, ésa que se inicia en el extremo de un ovillo de lana tibia de vicuñita.

Para eso, las makis hilanderas o kusi kusi, maki araña, se reúnen en un ritual único que se realiza  al finalizar el tiempo de carnaval,  cuando Saqra el diablo vuelve a la tierra para dormir aquerenciado en su inframundo, y ellas ingresan al MACHAY o cueva de la vida, donde  celebran el tiempo del Pitakuy (tiempo de “tejerse”), un momento maravilloso en el que se reúnen con Amauta, el sabio, para elegir las lanas que cobijarán a las makis bebes que nacerán ese año. Eligen el color de sus raíces, y la tensión de la urdimbre que marcará la resistencia de cada nueva existencia,  y la flexibilidad de la trama que sugerirá lo acompasado o acelerado de cada respirar.  Dentro de esa cueva, ellas  sueñan cómo será la piel que cubrirá el alma de cada ser nuevo que nazca a esta vida.

Las kusi kusi saben los misterios del telar; recuerdan que urdimbre y trama expresan dos aspectos diferentes del telar. Al tejer el nacimiento de los próximos bebes makis, lo harán desde el espejo perfecto que las habita mostrando la magia de cerros coloridos, de nubes que recortan el turquesa del cielo andino… y cada piedra viva, en las que ellas mismas se sientan a soñar.

Cuando el mundo maki estuvo en su máximo esplendor, cuando la comunión entre cielo y tierra fue absolutamente perfecta, hubo un año que al finalizar el carnaval, y las hilanderas reunirse en su cueva, Amautta, el sabio, llegó con un pedido. Aquel sabio maestro había sentido que las próximas generaciones makis, estarían regidas por la energía de las semillas que los precedieron: de maíz, de amaranto, de aguaribay, de girasol, o de mar…

Cuentan que en ese tiempo surgió un código sagrado de todos los reinos, y que piedras, cristales y plantas por primera vez hablaron dentro de la cueva a las makis. Aquel tratado de especiería que Amautta redactó, aún se conserva en la memoria de algunos humanos que fueron engendrados desde una semilla de niño maki.


(Tierras altas de la Cordillera, cuarta luna nueva – La cueva o el Machay)

Entrar al mundo maki a través de la cueva, podría ser una experiencia larga y profunda, sin embargo y sin dudarlo, la mejor de todas.

Las makis hilanderas o kusi kusi, maki araña, se reúnen en un ritual único que se realiza  al finalizar el tiempo de carnaval,  ellas ingresan al MACHAY o cueva de la vida, donde  celebran el tiempo del Pitakuy (tiempo de “tejerse”), un momento maravilloso en el que se reúnen con Amauta, el sabio, para elegir las lanas y las semillas que cobijarán y alimentarán la comunidad al año siguiente.

Hubo un tiempo en que varias semillas brotaron al calor de aquella cueva y de todas ellas, una se convirtió en un pequeño árbol de estrellas; era extraño verlas madurar en ese estado, pero cada vez que una se desprendía, volaba al techo de la cueva. Así aquella caverna se fue convirtiendo en un pequeño mundo al que todos anhelaban entrar.

Un resplandor único habitaba aquel lugar y había que estar dispuesto y sumiso para poder quedarse y aprender todo lo nuevo. A pesar de eso, un atardecer apareció frente a su entrada un árbol caído, agonizante. El árbol de las estrellas que habitaba dentro de la cueva supo que debía hacer algo, así que con un gran esfuerzo logró sacar sus raíces de ese suelo seguro, y lentamente se acercó a aquel ser que había caído a pocos metros.

De esta historia he recopilado muchas versiones… algunos hablan del momento preciso en que los árboles se transformaron en caminadores; otros, de los cambios amorosos que pueden darse dentro de la cueva, sin embargo unos pocos reconocen que todo lo que allí ocurre es trascendente y vital.

Pocos nos hemos animado a entrar en ella y todos hemos salimos siendo otros.

 








(El lago violeta y los humedales, luna llena de primavera – Yana la sirena)

Yana vivía en el lago de los placeres, un gran espejo de agua, en el que sólo podía ver el reflejo de ella misma.  Por eso no dejaba de admirarse y preguntaba a cuanto animal, persona o cosa que se le acercaba cuál de sus partes prefería más, si al pez o a la mujer que la habitaban.

El árbol de la orilla, sabio y paciente, le sugirió que observara su entorno, pero tanto se había observado en el espejo de sus tristezas que ya no entendía lo que sus ojos le contaban.  

Preguntó entonces a un caminante que descansaba bajo la sombra de ese árbol bello, y éste le habló de su cansancio, y del camino, de lo difícil de la vida y de que no comprendía para qué querría dejar ella la tranquilidad de esas aguas.

Entonces llegó la bruja Sisa, la inmortal, la que siempre vuelve a la vida, que por otra parte aquella noche de cuentos esperaba su turno para contar su propia historia, y le explicó: "tú eres pez y mujer, y  a ninguna podrás matar".

Ya estaba considerándolo cuando vio volar sobre ella al ser más majestuoso que conoció jamás; MALLKU, el cóndor, el rey de los cielos surcaba el aire dueño del tiempo. Viéndolo volar, sintió que ya nada le importaba y que ella sólo quería lo que él tenía: LIBERTAD.

Mallku, dejó su vuelo y bajó hasta el lago. Él se presentó en un amanecer silencioso, y mirándola directo al corazón, como se observan quienes van a decir un secreto de amor, le contó sobre la clave de su libertad.  Sólo amándose profunda e inmensamente sería libre, bella y única, y que sólo los seres mágicos son los portadores de misterios, esencial ingrediente para que los mejores mentirosos y cuentacuentos, sigan llenando de relatos las noches sin estrellas y sin lunas...


 (Quietud en el Universo, reunión de sirenas – El Ágora del mar)

Un día todo se detuvo, nadie lo percibió, solo ellas, que después de tanto tiempo volvían a elegir reunirse.

Hay un sitio en el planeta donde confluyen las aguas del mar, de los ríos, las subterráneas y los manantiales… hacia aquel sitio, una vez cada mil años se dirigen todas las sirenas, las recién nacidas, las jóvenes y las adultas.

Ellas hacen que todo se detenga, el fluir del agua se aquieta, el viento se vuelve perlas de aire dormido, y los peces se refugian a soñar en los arrecifes. El resto de los mortales no entienden qué puede estar ocurriendo en ese atardecer que desaparece para iniciar una mañana nueva sin haber tenido noche, ni luna, ni estrellas.

Cuando esto ocurre, las sirenas se hablan y se escuchan, porque nunca volverán a hacerlo hasta que se convoque el nuevo “Ágora del mar”. Ellas saben que en ese instante de tiempo podrán sacar de sí todas las emociones que anidaron entre sus escamas; se lamen las heridas, se abrazan, lloran perlas cristalinas, que los humanos vemos como burbujas y buscamos con rapiña… entretejen sus sueños, mientras destejen las redes que intentan cazarlas.

Ese tiempo maravilloso existe fuera del tiempo, es el instante en que ellas ven en el espejo perfecto de sus hermanas, y será tarea de cada una, al finalizar aquel concilio, recordar lo que esos “espejos” reflejaron para por fin vivir su magnificencia con alegría y belleza.

Todos creen que las sirenas le quitan la vida a los navegantes, sin embargo solo los que las observan con compasión, saben que de no vivir con intensidad sus sueños, será a ellas mismas a quién quitarán sus últimos alientos.

Por eso, cada vez que el planeta se detiene para la convivencia del Ágora del mar, nos llega a todos el regalo esperanzador, de saber que la vida es belleza y alegría, y nunca seguridad y supervivencia.

 








(Las tierras altas y los humedales, luna nueva de otoño – Mallku y el primer hombre)

En aquel principio de los tiempos, en mares y lagos, los peces que no quisieron volar, pero descubrieron lo que era el deseo, sintieron la necesidad de ser algo más, mutar en algo que les permitiera continuarse pero con una nueva esencia… y nació en esas aguas, la primera sirena, mitad pez y mitad un ser que nadie había visto jamás.

Ocurrieron por esos días cosas extrañas, algo vibró como un pequeño temblor.  Pero aquello sutil dejó de serlo el día que una de las sirenas, Yana, acercándose a la orilla del lago que habitaba conoció la belleza perfecta del vuelo de Mallku, el cóndor.  En ese instante supo, tomó conciencia de un nuevo sentir: el deseo, y lo plasmó creando el primer hechizo, una magia desconocida por todo lo nacido hasta ese día.

De su garganta voló un sonido, no era como las voces de los otros animales; ella percibió que aquello que emitía por su boca, acunaba y mecía el espectacular vuelo de Mallku, que tanto amaba y que mansamente se acercó a la orilla del lago sólo a mirarla y escucharla…

No entendía aquel sonido, pero le agradaba… le fascinaba. En ese instante, algo poderoso nació entre ellos.

Aquella sirena y ese cóndor crearon sin proponérselo una nueva forma de vida, era como ellos y a su vez diferente, cuando lo vieron nacer se asustaron y no supieron que hacer con aquello.  Dejaron que se moviera, arrastrándose primero por bastante tiempo, pero un día sin imaginarlo, aquel animalito se irguió.  Sus extremidades posteriores habían crecido y se paró sobre ellas, se tambaleó, pero dio unos pasos.  Pegó un chillido nuevo, que con el tiempo se pareció a los sonidos que salían de la boca de la sirena… pero jamás el vuelo habitó su andar. El agua parecía agradarle, pero no tanto como para vivir en ella.

Ya maduro, en el mediodía de su existir, sólo se comunicaba con su madre por medio de esas voces nuevas que ambos sabían reproducir.  Ningún animal los entendía y su padre el cóndor tuvo que aprender a descifrarlo, aunque jamás salió de él sonido similar.

Así el primer hombre y una sirena cocinaron las primeras palabras y con ellas construyeron y sepultaron amaneceres.

Desde ese inicio quedó en aquel ser nuevo un poder casi indestructible, sólo el legado de su padre Mallku, el cóndor, lo convirtió verdaderamente en algo diferente; algo que desde la medición del tiempo, desde la desaparición de las mariposas que echaban fuego por sus pequeñas bocas, ese ser nuevo se permitió rescatar en algunas ocasiones… algo que será capaz de crear ese y todos los mundos necesarios, algo que hijo y padre regalaron a la madre sirena: LA LIBERTAD.  Única herencia dejada por el cóndor a su hijo humano. Así el Universo Maki, creo al primer ser humano que pisó esta tierra.

 

(El tiempo de las historias, antes de la existencia – Mallku y el primer árbol)

Dicen los que cuentan, que existió un tiempo anterior a todo lo que existe, un tiempo solo de historias, y ellas hicieron que luego la vida se creara.

En aquel tiempo solo existía Mallku el cóndor, él no tenía voz que saliera de su garganta, por eso las historias andaban sueltas e irreverentes, dejándose caer o enredándose, terminando inesperadamente o volviendo a empezar. Nadie las contaba, nadie las conocía… ellas solo jugaban.

Mallku creía que planeaba entre la nada, no imaginaba que era el único testigo de un mundo que estaba por comenzar; un mundo que hasta aquel momento eran solo historias sin hilvanar, suspendidas entre las alas de su vuelo.

Un día ante su sorpresa, hastiado de reinar en la inmensidad del Universo, vio que algo en la lejanía, bailaba y se mecía. Una diminuta mancha verde se agitaba; de un solo agitar de sus alas, llegó hasta él, lo sobrevoló. Nunca había visto algo igual, una especie de nube verde sobre un soporte grueso, sólido; no podía dejar de pensar en qué momento desplegaría sus alas y volaría con él.

Hay un punto en la existencia, donde todos creemos que somos iguales, después… el juicio, y lo que es uno, se divide.

Por eso, cuando Mallku el cóndor y el árbol, creyeron ser iguales, Mallku admiró las plumas de Sacha, el árbol; y éste las hojas que cubrían las alas de Mallku. Se admiraron un instante e instintivamente Sacha abrió sus ramas en un abrazo que consideró necesario. El cóndor que nunca había anidado, no comprendió el gesto y temió por un instante.

Mientras tanto, el Universo, más sabio que aquel suspiro del comienzo, envió al wayra, un viento enérgico que limpió los temores y obligó a  Mallku a buscar apoyo en su nuevo amigo.

Cuando llegaron esos nuevos tiempos de los que hablaban las historias, fue Sisa la bruja, la que propuso el encuentro; ella misma sembró una de sus últimas semillas junto al lago donde vivía Yana la sirena, esa semilla dio uno de los más hermosos cerezos. Sisa aún duda que el verdadero hechizo se haya dado entre Mallku y Yana, con la historia de amor que casi todos conocen, la bruja generosa prefiere imaginar que Mallku bajó al lago porque recordó a su viejo amigo, que lo esperaba como siempre, para un reparador abrazo.

 








(Comunidad Maki, el inicio de las estrellas – Chuyma y Quyllur, la primera estrella)

Quyllur, la estrella, fue la primera en nacer del árbol de los magos y las estrellas. Pocos frutos de aquel árbol nacieron tan explosivamente como ella,  y pocas volaron con tanta determinación hacia el cielo que por aquellos días se tocaba  con la mano.

Ella supo desde el inicio  sobre su propio brillo y la misión de iluminar el camino, supo de la soledad que rodea a las estrellas y de lo lejano que algún día quedaría ese cielo de la caricia y la escucha que si recibirían los magos nacidos del mismo árbol… así y todo su alegría era tan inmensa que aceptó la magnitud de la tarea.

Una noche Chuyma, el hombre corazón, le pidió  a Quyllur que iluminara el camino hacia las tierras de la princesa que él pronto iría a visitar. Quyllur, que lo había hecho tantas veces, sintió que en esa oportunidad las cosas debían ser diferentes, dio un brillo particular al cofre de los abrazos que Chuyma portaba y le pidió que confiara en que su corazón y aquel tesoro lo llevarían por buen camino. Dócil y obediente como solía ser Chuyma, emprendió el viaje, pero algo en su cabeza le preguntaba a cada paso si estaba seguro del sendero que tomaría. En medio de la noche más oscura que había existido, el hombre, dejó de escuchar a su corazón, aunque el tesoro seguía brillando; tuvo miedo y se recostó bajo un árbol de tilo a descansar sus temores y soñó…

En el sueño la estrella le dijo que volviera a escuchar su corazón, que pronto llegaría el día, y la luz del sol confundiría los caminos, sólo en la noche de luna y estrellas, podría ver con claridad.

Cuando Chuyma despertó, creyó recordar las voces de sus sueños, pero vio que delante de sí, se abrían dos caminos y otra vez, dudó. Pero entonces, eligió ver en la oscuridad. Su tesoro volvió a brillar y cerrando sus ojos, se puso de pie y dio un primer paso, tratando de escuchar los latidos de su corazón; única brújula a seguir.

En ese instante, lo entendió todo. No había seguridades, sólo había elecciones y él podía tomarlas todas… todas llevarían a diferentes caminos, no caminos errados, ya que cada camino contaría su propia historia.

El segundo paso fue sin temor, y el tercero con alegría, para el quinto había dejado de contar y sin preocuparse por el cómo, ya había llegado a las puertas del palacio de la princesa.

 

 (Comunidad Maki, luna llena de verano – Chuyma, el hombre corazón)

- ¿Serían capaces de ver aquello que no se ve?

Y CHUYMA, el hombre corazón dijo que él podía ver el amor. Ninguno de los presentes se sorprendió porque sin dudarlo, Chuyma era el más amoroso de todos los hombres maki. Él había amado sin ver a la princesa que vivía del otro lado de la alta Cordillera.

Chuyma se llamó a silencio y Sisa contó su historia.

En las tierras calientes que existían del otro lado entre el mar y las montañas vivía un rey que amaba tanto a su hija, que buscó para su cumpleaños el regalo más inmenso que pudo encontrar.  Aquel rey, ciego de toda justicia y humanidad había sido el primer hombre en cazar una estrella, para regalársela a su hija como joya eterna; sin imaginar jamás que esa alhaja sólo brillaba en el cielo, pero en la cabeza de la princesa se había convertido en hielo y un sueño infinito,  lo cual la dejó inmóvil para siempre.

Cuando Chuyma se enteró de la historia, cruzó las alturas, atravesó el sol, voló sobre la nieve, para llevar a la princesa lo único que podría salvarla.  Un pequeño cofre que su padre le había entregado con todos los abrazos que cada humano había dejado de dar; porque el padre de Chuyma había pasado su vida recolectando abrazos no dados u olvidados en el fondo de las manos  de los humanos, para que un día su hijo con el corazón más amoroso que había existido sobre la Tierra, los regalara a la frialdad más extrema que encontrara.

Al llegar Chuyma ante el rey y su hija dormida, con su cofre lleno de abrazos, lo abrió y liberó unos cuantos que rápidamente volaron hacia los hombros, la cintura y las mejillas de la princesa.  Ella reaccionó instintivamente con un suspiro tan profundo, que aunque el sol reinaba en el cielo, la nieve cubrió el palacio.  Luego entreabrió sus ojos y vio a Chuyma parado frente a ella.

El hombre, de corazón inmenso, no quiso mirarla y perderse en su mirada y simplemente abrió la caja, dejando salir algunos abrazos más que la rodearon y acariciaron con inmenso amor. Recién en ese momento Chuyma se acercó a la blanca piel de la princesa, la tomó de la mano y besó sus ojos, para que estos se abrieran del todo.

Desde aquel mediodía en las tierras altas que van del mar a la Cordillera, cada vez que la nieve cae es un recordatorio para los humanos de que el abrazo es la única medicina que cruza fronteras, viajando entre las nubes y resucitando corazones dormidos.

(Comunidad Maki,…y el tiempo se detuvo – Chuyma y el Talismán entran al Machay)

Chuyma y la princesa Illa tuvieron un breve encuentro, un tiempo en el que el caballero pudo aquietar su alma para comprender la importancia del pedido que Illa estaba por hacerle.

La princesa sabía que vendrían tiempos de introspección, días en los que  sería difícil ver y sentir el sol. Un tiempo en el que su bello y amoroso talismán no podría subsistir ni siquiera en su pecho. Illa sabía que encomendarle la custodia del Rumi Kachichay para atravesar ese lapso incierto, sería un regalo para ambos; explicó que la Machay, o cueva de la vida los estaba esperando, y que allí podrían permanecer el tiempo que decidieran, para que el cambio que era necesario recibir llegara por fin, al mundo y al corazón de Chuyma.

Él no entendía de cambios, ni de silencios para el mayor bien de todos, él creía en el trabajo permanente, haciéndolo con hidalguía para un “todos” que no siempre era muy preciso, sin embargo, quietud y silencio para aprender, nunca habían sido experimentados por su corazón. Pero lo aceptó, no preguntó, confió… tal vez por primera vez en su vida, confió.

Illa puso en sus manos el talismán que brillaba con una luz blanquecina con destellos celestes y lilas. Ni bien tocó la piel de Chuyma, su intensidad bajó, se volvió una luz claramente morada y en su centro parecía percibirse un latido suave y cansino. El hombre temió estar dañándolo por lo abrupto del cambio, pero la princesa regaló una sonrisa fresca de aprobación, mientras susurraba: “solo se están conociendo”.

Chuyma y el talismán se internaron en la montaña, en lo profundo del bosque, y luego de días de andar, encontraron la entrada de la cueva, que percibieron porque allí el bosque se hacía menos denso, más claro y con cierta tibieza.  Al entrar, sintió inmediatamente un estado de somnolencia y una gran necesidad de descanso.  Dejó su espada, apoyo su pequeño cofre de los abrazos, que siempre lo acompañaba, dejándolo entreabierto para recibir algunos, y con cierto temor colocó el talismán en su cuello, para no perderlo.

Nadie sabe cuánto tiempo pasó Chuyma y el Rumi Kachichay en aquella cueva, pero una mañana sintió que era propicio el regreso a las tierras Makis. Se puso de pie, clavó su espada en la tierra, recogió el cofre y protegió al talismán entre sus ropas, cerca de su corazón.

Al llegar a la aldea, con total certeza, Illa lo esperaba en el bosque de los caminantes de la entrada. Se miraron profundamente a los ojos y así la princesa reconoció al caballero ya envejecido, de cabellos blancos, con la sonrisa más hermosa que ella había visto jamás; ella, sin embargo, estaba idéntica, con su pelo rojo, su mirada profunda y poblada de confianza y compasión.

Chuyma, tomó de su pecho el talismán que lucía como una esmeralda brillante, y algo sorprendido, lo colocó en las manos de Illa. Así ambos supieron que hay algunas metamorfosis que son imperiosas que ocurran, que el silencio aviva a las palabras que quedaron en el corazón, y que las cuevas obran de espejo para que nuestra alma se muestre en toda su magnitud.

 








 (Comunidad Maki, luna creciente de invierno – Los árboles caminadores)

La aldea más antigua del mundo Maki, estaba rodeada de bosques, lo cual impidió durante muchos años que cualquiera llegara a descubrir su existencia, ya que a los humanos comunes les cuesta un poco ver lo que su corazón no cree, por eso la mayoría se perdía conocer el bosque de los manzanos de plata, o el de los antiguos abuelos que guardaban los nidos de amor que cada ser maki había depositado para no olvidar lo que era anidar; y sin dudarlo el movedizo bosque de los árboles caminadores, la mayoría de ellos, altos y delgados abedules plateados, árbol madre de todas las brujas.

Los pocos que conocían su existencia, sabían que ellos se habían refugiado en ese sector de las tierras makis, porque en un viejo tiempo inmedible, alguien había cortado los pies de muchos de los abuelos y los que quedaron habían preferido olvidar cómo usarlos.

Fue ARUWIRI el poeta y compositor de canciones, quién andando por los senderos tan musicales del viento y de las cascadas que suenan en el deshielo, el que encontró  el bosque de los caminantes.  Llevó rápidamente la noticia a Sisa, la bruja, la inmortal, y ésta sugirió no desobedecer la voluntad de no caminar de aquellos andariegos eternos; pero Aruwiri no quería resignarse a verlos detenidos y sin sus delicados movimientos de andar lento y cansino, por lo que fue a visitar a Yana, la sirena, para consultarle sobre su viejo deseo de caminar, de tener piernas y pies… Yana, por aquellos días feliz con su cola de sirena tornasolada, le pidió que olvidara su inquietud y  escuchara a Sisa.

Cuando Aruwiri volvió al bosque de los caminantes para tratar de entender, encontró algo inesperado, aquellos señoriales abedules andantes conversaban en susurros con Sisa, la bruja. El poeta y cancionero, llevaba como le era costumbre, su susurrador de cantar y recibir, que rápidamente colocó en su oído para tratar de escuchar lo que se hablaba en el bosque.

El más viejo de los árboles caminantes recordaba a Sisa, la urgente necesidad de practicar la tolerancia, que aceptaba y admitía otras formas de vida, porque sólo así existiría la sana pluralidad en la construcción de un mundo nuevo, solo así todo lo creado sería más amplio, diverso, suelto y abundante. Sisa que sabía muy bien sobre lo de “ser diferente” y aceptarlo, hizo silencio… un largo y escuchable silencio, tanto que cada palabra no dicha fue recibida por el susurrador de Aruwiri.

Sisa, la inmortal, la que siempre vuelve a la vida, pidió claramente… “fuerzas de la Creación, sean benévolas con los que vendrán, para que cada noche oscura sea recibida como una posibilidad de un sol naciente; sean igualmente amorosas con quienes viviendo cegados por el brillo del sol, puedan acostumbrar sus ojos a la noche estrellada; y sean sobretodo generosas con quienes aún duermen un sueño sin imágenes y denles la esperanza de ver volar a Mallku, el cóndor, rey de la libertad, para que desde ese sueño perfecto comprendan lo único urgente: LIBERAR LOS CORAZONES”.

Y así el poeta calmó su propio corazón y aceptó, mientras que Sisa por primera vez imaginó su cueva oliendo a pan de maíz recién horneado, con un sol de amanecer que pintaba todo de amarillo dorado, y cientos de niños rodeándola para escuchar sus cuentos de amor, que ella además, anhelaba vivir.

 

(Un bosque en el cielo – La princesa y Sacha, el árbol de ciruelas)

Illa, la princesa, tenía el don de habitar lo sutil y las profundidades, sin embargo sus tiempos de reposo, de pensarse a ella misma, de imaginar una amistad con las sirenas al igual que con las serpientes del desierto, lo pasaba recostada bajo un generoso ciruelo; aquel árbol majestuoso que verano a verano, cargaba sus ramas de néctar violeta, escuchando los susurros y tribulaciones de la princesa.

Cualquiera podría imaginar que la princesa era solo avance sin titubeos, sin embargo, Illa podía pasar muchas horas intentando entender a los humanos, y cuando eso ocurría, su amigo de todas las vidas, aquel árbol de ciruelas, le devolvía una mirada generosa para explicarle el libre albedrío con el que se manejaban los humanos. A pesar que Illa los conocía bien, siempre se sorprendía por sus destellos, por sus acciones… que no dejaban de asombrarla.

En esas charlas interminables, él admiraba la posibilidad de la princesa de habitar lo sutil y poder traerlo a la tierra. Ella explicó que todo lo que se anhelara era posible, que hasta él mismo podría andar, ir y venir por el bosque o por los páramos. El ciruelo se extrañó de este comentario y dijo que jamás se había imaginado moverse del lugar donde había nacido.

-          ¿Por qué? – preguntó Illa.

Esta pregunta quedó bailando en el corazón del árbol… “andar”… “ir y venir”…

Ella que tanto conocía del Universo, recordó que en otras tierras existían árboles caminadores y que imaginaba que todo era cuestión de intentarlo.

El ciruelo imaginó, soñó y suspiró la idea de caminar, hasta que comprendió que la única manera de volverlo realidad, era empezar por soltar todos sus frutos, para que dieran nueva vida a esa tierra y también para que aligeraran su andar. El viento ayudó a sacudir sus ramas cuando llegó el momento de la madurez y la princesa siguió visitándolo hasta que lo vio sacar una a una sus raíces de aquel suelo y lentamente pero con certeza y armonía empezó a moverse hacia el descubrimiento de todo lo posible.

Cuando finalmente dio sus primeros pasos, la princesa estuvo allí, a su lado, acariciando con sus palabras una despedida que sabía a estreno, a aprendizaje, a alas que se despliegan. Ella se quedó detenida en el mismo sitio donde él había crecido, y valoró tanto poder apreciar su caminar, sintió que en esa tarde en la que él desapareció en el horizonte, ella aprendió que esta tierra valía la alegría el intento.

 

(Los bosques circundantes y una historia de amor)

Los árboles caminantes y Sisa la bruja tuvieron siempre una relación armoniosa y amorosa; se respetaban, se amaban, se apoyaban.

Ambos tenían la misión de poblar la hipocresía, de amor, honestidad y tolerancia.

Sisa siempre protegió las decisiones de los árboles, desde que eligieron dejar de caminar, hasta cuando volvieron a hacerlo… los que lo hicieron. Lo que nunca imaginó Sisa, que en tantas tardes de encuentros, el más intrépido de todos los árboles, se convirtiera en un amor único y perfecto.

Ella amaba la independencia y osadía de Kachariy, aquel árbol joven que había nacido en un espacio del bosque donde nadie hubiera imaginado que podría haber crecido nada; un rayo había incendiado a su padre, que dejó caer sus semillas en su último suspiro. Sisa admiraba su andar, sus elecciones y sin darse cuenta, noche tras noche, se descubrió teniéndolo en sus pensamientos en el último instante antes de dormirse. Al despertar, también era para él su primera sonrisa.

Una a una descartaba las ideas e intuiciones que su corazón le devolvía, e iniciaba un nuevo día con toda la ilusión de encontrarlo en su camino.

Nunca imaginó aquella bruja dulce y generosa, que Kachariy sentía algo muy parecido.

Nadie supo jamás cuál fue el día, cuál el instante, del perfecto encuentro entre ambos… sin embargo aún se cuenta la historia de una bruja-árbol, que habita la comarca; dicen que nació de una árbol llamado Kachariy, que nadie jamás volvió a ver, y de una bruja llamada Sisa, que aún respira en las afueras de la aldea más alta del mundo Maki.

Hoy en día muchos anhelan encontrarse con esa “bruja-árbol”, pues dice la leyenda, que sus brazos se volvieron ramas y sus pies raíces, y que su pelo de flores y hojas verdes deja caer de vez en cuando semillas de una vida nueva, que algunos ya se están animando a vivir.

 








(Los mares después de la Cordillera, luna llena de verano – Warayana, la maga)

Hubo tiempos de paz, otros de cosecha, y llegaron por fin al tiempo de las makis, las épocas de las búsquedas y una tarde los magos recién nacidos y los que abundaban en cabellos de arco iris, como solía ocurrir con los magos más ancianos,  se reunieron en la playa o el horizonte, no recuerdo bien... y eligieron a la maga WARAYANA, la estrella que viene de lejos, para que navegara los siete mares en un barco propulsado por cien mil alas de mariposa. Sólo ella iría como tripulante, en busca de los colores que aún no existían para pintar de miradas nuevas el viejo Universo de las makis.  Entre todos entregaron a Warayana un único amuleto: una brújula estrella, la brújula de los buscadores.

El viaje fue apasionante ya que ningún mago ni maga de las makis había viajado tan lejos jamás.  Y a medida que navegaba, ella fue encontrando luces que luego entendió eran los nuevos colores. El amarillo dorado para animarse a descubrir a seres diferentes; más tarde encontró el naranja, el de cada principio y cada final; y por supuesto el rojo quiso presentarse para contarle sobre el fuego y las entrañas de la tierra. El verde llegó sin que nadie se diera cuenta, en  una hojita de albahaca que tal vez Warayana no habría descubierto de no ser porque su perfume la envolvió apasionadamente, trayéndole el mensaje que aún le faltaba comprender: "era hora de cambiar las creencias, era hora de dejar que el corazón a ojos cerrados eligiera desde el amor, porque él nunca se equivocaba".  Y el azul fue el siguiente, subió desde el fondo del mar para darle amparo y protección, y le contó de un primo hermano, el índigo, color único en el Universo para definir a la tolerancia.

Cuando Warayana creyó haber encontrado todo lo que buscaba, pidió a las mariposas que encausaran el viaje nuevamente a tierras makis... y en el regreso, un color más cayó del cielo dentro de una escama de sirena: el violeta, que venía a traer la claridad de sentimientos.

El día que Warayana regresó al horizonte, magos y makis la recibieron con un abrazo eterno mientras se alborotaban unas y otros al contarle todos los cuentos habían nacido en su ausencia.  Como todos eran bellos y escuchables, creyeron que sería mejor esperar a que llegara la gran noche oscura, esa en que todas las estrellas dormían y la luna también para iluminarse con el relato de los cuentos más hermosos del mundo...









(Luna nueva de verano, tiempo del poniente 2018 – Amautta, el maestro)

EL sabio Amautta, el maestro, se sentó en una piedra de su jardín a saborear un durazno de aquel árbol que él mismo había plantado esa mañana. Recordó la infancia de su corazón, cuando su pelo era largo y sedoso y pasaba horas admirándose en el reflejo de las aguas espejadas del lago. Sonrió con cierta picardía al pensar en ese otro tiempo en que anhelaba conocer todos los secretos del mundo y su ego eran tan grande como sus silencios; de allí a reconocerlo y vivir aislado del mundo de los hombres sin abrazos ni molestas relaciones, hubo solo un paso, sabía quién era con sus oscuridades y brillos pero el mundo no lo entendía y a él le preocupaba. Luego se volvió refugio para quienes debieran detenerse y aceptar los cambios, eso lo hizo escuchar tantos corazones que aprendió a sanar a muchos de ellos, incluso al suyo, pensando que ya “había llegado”. Guio a caminantes y fue caminante y caballero, voló por las alturas observando lo distante, incluso su propia sombra. Fue mago al descubrir la trampa del tiempo humano y talismán que revela todas las palabras para la comprensión de aquellos que deseen entender el amor. Y se animó a sentir sus raíces, sintiendo la quietud en observancia y tolerancia…

Estaba en esto cuando se dio cuenta que el durazno se había terminado, y se sintió agradecido de poder recordar todas las caras que lo habían llevado a la paz de estar en su jardín, sentado en su piedra observando el crecer de su duraznero mientras daba mordiscos a lo no nacido.

Amautta escribió en cientos de páginas, todo lo que recordaba de su propia historia, lo que le susurraron los cristales para aprender del equilibrio, los perfumes que lo volvieron manso, el alimento de las semillas que le enseñó sobre la indulgencia… y cuando concluyó aquel libro, lo compartió con los humanos, para que todos podamos elegir el sendero que colme nuestro corazón.

Tal vez ya sea el tiempo de creer que la felicidad es otra manera de hacer las cosas, que como lo hemos hecho hasta ahora. A probar entonces… amar la piedra, por amarla tan solo, disfrutar su perfume y sus grietas, que fueron talladas por cientos de años de caricias del mar; cuando tengamos por fin esa mirada, esa sensibilidad y mansedumbre, estaremos libres de todas las preguntas, estaremos libres de “el otro y yo”… porque seremos de verdad UNO.

 

(Vientos de cambio… - SATHIRI EL SEMBRADOR)

Hubo una vez en que los tiempos del amor parecían expandirse como el agua que se escapa de un río caudaloso.

Pero éste, no era ese tiempo.

Sathiri, había crecido en el molino del pueblo, había visto ante sus ojos tantas semillas que podía distinguir incluso aquellas que nadie en el mundo había conocido jamás. Se decía que él había escuchado las palabras del centeno, del maíz, del amaranto y que ellas le decían cuál era el día exacto en que tenían que volver a la tierra para ser sembradas.

Un día caminando por el filo de las montañas que estaban más allá del bosque que rodeaba la aldea, descubrió que una planta nueva crecía allí. Nunca había visto nada igual. Era una especie de altísimo árbol con un tronco tan delgado como nunca había visto, con larguísimas y delicadas hojas de un color lavanda; de alguna de sus ramas colgaban ramilletes de flores que olían a vainilla con un algo de cacao y un bastante de naranja. Se preguntó qué sería aquello y tomando una de sus flores que había caído a sus pies, como invitando a Sathiri a una conversación nueva y misteriosa, se alejó guardando en su corazón todo lo que había sentido junto a ese lánguido ser.

Fue directo a la casa de Amautta el sabio, a contarle lo que había visto. Amautta entendió que había llegado la hora de contar algunos secretos que se habían guardado esperando la llegada de tiempos más sensibles. Estaba escrito que cuando naciera la primera “lumelalia” en las montañas, grandes cambios comenzarían a ocurrir. No necesitó preguntar su color, su forma, su aroma, para saber que por fin aquella semilla colocada en tierra hacía tantas lunas… había florecido y estaba en todo su esplendor.

Sathiri quiso saber qué hacer y si era propicio cosechar alguna de sus flores, ya que aún no había dado frutos, pero Amautta sugirió que pronto tendrían novedades y muchas cosas cambiarían.

En los días siguientes, la palabra del sabio empezó a tomar forma.

Yana, la sirena descendió a las profundidades de su lago y no volvió a subir, todos preguntaban por ella. Sisa, la bruja, se volvió silenciosa y ya no cosechaba flores, ni destilaba esencias. Chapuy, el panadero, apagó el horno y dejó de comprar harina al molino. Todos en la aldea, cambiaron y el desasosiego se instaló en las miradas.

En las montañas, la vida también había cambiado. Empezó el tiempo de las lluvias y grandes cantidades de lodo y agua comenzaron a bajar desde lo alto, cayeron rayos que fulminaron bosques enteros, y los ríos se volvieron más caudalosos y furiosos, arrastrando todo lo que se interponía a su paso.

Sathiri sólo pensaba en regresar al filo a buscar aquella increíble “lumelalia” que había encontrado, y se prometió que a la mañana siguiente, muy temprano subiría, costase lo que costase. Durante esa noche las tormentas se intensificaron y todos guarecidos en sus casas escuchaban como ríos de agua corrían por las callejuelas y los senderos de la aldea. Los vientos eran tan intensos que cerraron puertas y ventanas con trabas y candados; nadie pudo saber lo que pasaba afuera.

A la mañana siguiente, Sathiri, como todos los demás, se despertaron con el perfume a vainilla, cacao y naranja inundando sus corazones; sólo aquel buscador sabía que ese olor venía de lo alto de la montaña, de la lumelalia… eso quería decir que había sobrevivido. Al abrir las puertas y ventanas de sus casas, no pudieron creer lo que veían… todo, absolutamente todo se había teñido de lilas y lavandas, las calles estaban limpias como si nada hubiera pasado, los árboles frondosos y erguidos con sus sombras intactas y perfectas; las banderolas de colores que habían sido colgadas días antes por la llegada del tiempo de la siembra de los girasoles, brillaban más que cualquier otro día.

Amautta buscó a Sathiri y le pidió que lo ayudara a llegar a lo alto de la montaña para buscar ahora sí los frutos de la lumelalia. Cuando ambos hombres llegaron al lugar mágico donde esa delgada y altísima planta crecía, descubrieron que el suelo que la rodeaba se había llenado de infinidad de semillas, de todos los colores y Amautta notó que pertenecían a cientos de plantas diferentes; ese era el poder de la lumelalia, dar las semillas que esas tierras y esos seres necesitaban.

Sus semillas eran las semillas de tantas otras.

Amautta pidió a Sathiri que las recogiera todas, aunque le llevara días la tarea; luego habló a todo el pueblo para que se reunieran en el claro del bosque para darles un regalo.

Primero preguntó quién estaba sintiéndose impaciente e intolerante.

Yana la sirena y Amarú la serpiente se presentaron, entonces entregó a ambas todo el amaranto necesario para que lo plantaran, lo reprodujeran y vivieran el alivio de la paciencia que este otorgaba.

Después invitó a quienes hubieran olvidado sus sueños, y algunas kusi kusi y el poeta, se acercaron; a ellos les dio semillas de anís para que se perfumaran, las plantaran y las regalaran a todo aquel que estuviera olvidándolos.

Luego tomó las semillas de girasol y con voz contundente recordó que aquellos que se hubieran separado o desunido por el rencor y la discordia, tomaran las necesarias… y Chapuy el panadero y uno de los magos fueron por ellas.

Así repartió centeno para sanar el amor en las familias, y avena para las heridas del corazón, y maíz para que todos recordaran el significado de la palabra “todo” y sésamo para la abundancia. Los jardines de las casas, se llenaron de alegría, aromas y colores nuevos; hubo huertos en las esquinas despobladas y sembradíos en las nubes… Yana bordeó la orilla de su lago, de amaranto; Chapuy vistió de girasoles su vereda y sus ventanas. Y un ser, sólo uno, se ocupó de guardar tres semillas de cada planta florecida, Sathiri, el sembrador, que pronto comprendió que la tarea de sembrar era mucho más grandiosa de lo que nadie había imaginado, y que esa sería su vida de ahora en más.

 

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