EL AKATANQA Y LAS ESTRELLAS

 

El inicio de las estrellas – Quyllur

Quyllur, la estrella, fue la primera en nacer del árbol de los magos, que en ese momento pasó a ser “el árbol de los magos y las estrellas”. Pocos frutos de aquel árbol nacieron tan explosivamente como ella,  y pocas volaron con tanta determinación hacia el cielo que por aquellos días se tocaba  con la mano.

Las estrellas fueron luces diminutas que los humanos solo apreciaron en el cielo nocturno, pero descubrieron su gran importancia, cuando aprendieron a verlas a plena luz del día… cuando confiaron, y dejaron guiar sus navíos, sus alas,  sus corazones, por un cielo de estrellas a cualquier hora del día.

Pocos recuerdan el tiempo en que Quyllur brillaba en un rosado intenso sobre el cielo celeste claro del mediodía, es que el propósito preciso de su existencia, era iluminar la luz del día… ¿quién podría imaginar que la luz necesitara ser iluminada?

La respuesta a esa pregunta es haber comprendido toda la existencia del Mundo Maki.

Vivir la luz en plenitud y la oscuridad de igual forma. Otros personajes mostraron cómo aceptaron sus oscuridades, más Quyllur, la estrella, abrazó su luz dentro de la Luz.

Cuentan los Makis más antiguos que Quyllur la estrella, pudiendo elegir el mar, la tierra o el cielo para habitar, eligió el último para estar más cerca de la luna y así entender sus estados de ánimo, su oscuridad y su brillo, y el porqué de su inmenso poder para influir desde tan lejos, en lo que ocurría en el mar o en la tierra.

Luego, Kamayuq y su búsqueda, Amarú y el desierto, la princesa Illa y su consejo a la serpiente… confiar, amar, mil veces amar.

 

EL AKATANQA

Durante un largo tiempo Mallku el cóndor, se detuvo a mirar cómo  aquel pequeño “akatanqa” empujaba una bola de estiércol por  la hojarasca del bosque. Se había propuesto a sí mismo, observar el mundo en detalle y lo más cerca que le fuera posible.

El akatanqa, o diminuto escarabajo blanco, había sido descubierto por Mallku en un atardecer donde los colores se modificaban a medida que el sol se escondía; recordó haberse preguntado: ¿cuántas cosas no estaría viendo, por no poder percibir su color?

Mallku no lograba comprender cómo aquel animalito podía desaparecer ante sus ojos y luego volver a aparecer. Él no sabía sobre la energía de la luna que habitaba a ese ser, volviéndolo infinito, honesto, sencillo… era el cordón de plata que une las estrellas con la tierra.  Recordó haber escuchado la leyenda sobre la imposibilidad de que las estrellas vivieran entre nosotros, y sobre todas las veces que infructuosamente lo habían intentado.

Después de dedicar días y días a observarlo, supo la verdad.

Las estrellas habían dejado de soñar con vivir en la Tierra, solo lo hacían a través de su propio reflejo sobre el lomo blanco brillante de cada akatanqa, que por estos días les permitía andar cerquita del suelo, aunque más no sea, en el andar del escarabajo.

Mallku descubrió por fin, la noble labor del akatanqa, y la forma pura y amorosa en que las estrellas habían logrado cumplir su anhelo. La “reflexión” era la excusa perfecta para convivir, y el regalo único de noches blancas y brillantes… pues cada doce años la Tierra se cubre de una luz única que no es otra cosa que la “coincidencia” de millones de akatanqas, reflejando la verdad de las estrellas.




m a r i a f e r n a n d a g u t i e r r e z 

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